Francisco Espejo Gil
Subdirector de Estudios y Relaciones Internacionales
Consorcio de Compensación de Seguros
La creciente evidencia de que al clima le está pasando algo grave hace que cada vez haga menos falta intentar convencer a los escépticos de que estamos inmersos en una crisis climática o, como establece la legislación española, en una emergencia climática. Puede que el término «cambio climático» sea muy suave, puesto que como media de los estados cambiantes del tiempo meteorológico a lo largo del tiempo cronológico, el clima, por supuesto, siempre cambia y ha cambiado –y mucho– a lo largo de las eras geológicas por causas naturales. Sin embargo, en la actualidad no cabe duda alguna de que la alteración humana de la composición química de la atmósfera, mediante la emisión de gases de efecto invernadero y los cambios de usos del suelo, es la causa de este calentamiento global y de este cambio climático, que progresan a un ritmo nunca jamás experimentado por el Homo sapiens en toda su existencia.
Los cambios están creando impactos en todos los componentes del sistema climático: la atmósfera, los océanos, la criosfera y la biosfera y, por tanto, en todas las actividades económicas humanas que dependen y están relacionadas con ellos. Todos estos elementos están actualmente desequilibrados y por eso, como veremos, el término crisis climática es el más adecuado para describir los retos presentes y, sin duda, futuros, que debe enfrentar la humanidad. El asunto más espinoso es que los humanos son tanto los más afectados por el problema como su única causa, y de nosotros dependen tanto la mitigación de los peores efectos como el control de daños. La solución más eficaz es reducir las emisiones, tanto (de forma ideal, del todo) y tan pronto como sea posible, pero esta solución implica desmantelar la forma en la que la sociedad ha vivido (y prosperado y reproducido como nunca) desde la Revolución Industrial y realizar una transición hacia una vía sostenible. Este proceso ya está en marcha, pero tiene que enfrentarse a enormes fuerzas de resistencia, generadas por la inercia y por poderosos intereses.
Los Informes de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (más conocido por sus siglas en inglés, IPCC), de las Naciones Unidas, cuyo Sexto Informe acaba de ser publicado en 2022 son, con mucho, la fuente más autorizada, contrastada y completa para saber más sobre los cambios irreversibles ya impuestos al sistema climático y sobre las proyecciones para lo que queda de siglo, según diferentes vías de desarrollo socioeconómicas. Estos informes, sin embargo, son largos (casi 8.000 páginas) y en ocasiones muy técnicos, lo que quiere decir que hay lecturas más accesibles (además del propio «Resumen para responsables de políticas», que está incluido entre los informes de evaluación), algunas de las cuales vamos a revisar a continuación.
Comencemos por un clásico moderno de 2005, que no está directamente relacionado con el cambio climático ni con la crisis climática, pero que las transpira a lo largo de sus páginas. Colapso, escrito por el veterano y renombrado geógrafo Jared Diamond, es una larga y exhaustiva reflexión sobre las causas que hacen que las sociedades humanas declinen y, eventualmente, desaparezcan. Estudiando casos famosos, como los de Rapa Nui/Isla de Pascua, los asentamientos vikingos medievales en Groenlandia o la civilización Maya, Diamond establece las causas, tanto externas como internas, que junto con la aplicación de soluciones erróneas o inadaptadas al caso –en un contexto cambiante, lo que funcionó antes puede no funcionar después o, incluso, puede ser contraproducente-, están detrás de la ruina y decadencia de muchas sociedades a lo largo de la Historia. Son lecciones obvias que aprender frente a la presente crisis climática.
Más centrada en el tema en cuestión, la obra del periodista David Wallace-Wells El planeta inhóspito: la vida después del calentamiento, editada en 2019, hace una revisión de los efectos potencialmente más devastadores de la degradación climática: efectos cascada, aumento del nivel del mar, conflictos políticos y colapso económico. Aunque las intenciones del autor sean aumentar la concienciación sobre la importancia de actuar ahora para evitar los peores efectos del cambio climático después, que indudablemente es una necesidad urgente, su puesta reiterada del foco en las peores consecuencias, alguna de las cuales se mencionan en los informes del IPCC pero sobre las que los miles de científicos participantes no tienen aún un elevado grado de consenso, puede crear un efecto indeseado en el lector, que trataremos más adelante.
La obra de Bill McGuire, vulcanólogo y participante en el IPCC, Hothouse Earth: an inhabitant guide («Tierra invernadero: guía del habitante», no disponible en español a la hora de escribir esta contribución), de 2022, sigue la misma idea conceptual que el libro anterior: crear concienciación sobre la importancia de mantener el calentamiento global por debajo del límite de 1,5 °C sobre la temperatura media preindustrial, pero está más centrado en los hechos y en las proyecciones consensuadas. Se trata de un libro corto, bien enfocado y de fácil lectura.
El siguiente libro revisado es The New Climate War: the fight to take back our planet («La nueva guerra del clima: la lucha por reconquistar nuestro planeta», no disponible en español a la hora de escribir esta contribución), de 2021, escrito por el experimentado meteorólogo y científico del IPCC Michael E. Mann. Con un estilo directo y a veces conflictivo, Mann argumenta que los intereses comunes entre compañías petrolíferas, petro-estados y determinados grupos políticos y mediáticos son la causa de que la mitigación del cambio climático progrese más lentamente de lo que sería necesario. Esto lo hacen mediante la propagación de bulos sobre la solidez científica de los estudios sobre el cambio climático o sobre los efectos observados, o con el bloqueo de los consensos en las reuniones de las Conferencias de las Partes (más conocidas por sus siglas en inglés, COP), que se dedican al desarrollo de acuerdos vinculantes entre Estados para reducir emisiones y mitigar el cambio climático. Otra táctica para obstaculizar la transición energética pasa por poner el peso de la responsabilidad de las emisiones sobre el comportamiento individual de los ciudadanos y no en las regulaciones estatales, que serían vinculantes para todos los sectores de la economía. Sin, por supuesto, descartar la importancia de adoptar unas formas de vida personal más sostenibles, Mann pone el ejemplo del 4 % de reducción de las emisiones durante la fase más estricta del confinamiento por la COVID-19 como la demostración de que no será solo nuestra responsabilidad personal la que nos salve de los peores efectos de la crisis climática: es necesaria una intervención mucho más decidida por parte de los Estados y los actores multilaterales para la descarbonización de nuestro futuro.
Mann, como McGuire, destaca la importancia de movimientos como «Fridays for future», animados por Greta Thunberg y otros muchos de su generación, que vivirán los peores años de esta crisis, para pedir responsabilidad a los que no actúan con mayor presteza. Estos jóvenes, junto con las evidencias cada vez más conspicuas, han creado un cambio de tendencia en la opinión global, en las empresas y en la mayoría de los gobiernos, que ya está teniendo un impacto en las tasas de emisión y en la puesta de esta crisis en el centro de las políticas globales. Mann critica también a los que llama «apocalípticos», y pone al libro de Wallace-Wells como un perfecto ejemplo de lo que denomina como «porno climático». Según él, este tipo de literatura puede conducir a la inacción por desmoralización y a pensar que ya es demasiado tarde para evitar la losa que pende sobre nuestro destino. No lo es, y aunque probablemente se avance a un paso más lento del que sería deseable, la sociedad ya está implicada en ese cambio.
En esta línea más positiva, el último libro revisado, Values («Valores», no disponible en español a la hora de escribir esta contribución), de 2021, escrito por el ex gobernador de los bancos centrales de Canadá e Inglaterra y actual Enviado Especial de Naciones Unidas para la Acción Climática y las Finanzas, Mark Carney, pone el foco en la necesidad de reformular los valores que subyacen a la economía. Con los ejemplos de la crisis financiera global de 2008, la crisis de la COVID-19 y la crisis climática, Carney desarrolla un discurso fascinante centrado en la idea de crear valores para todos con liderazgo, justicia y responsabilidad. Fue el papa Francisco quien inspiró a Carney en una recepción a gobernadores de bancos centrales, haciendo una comparación entre el vino, que es un buen complemento de la comida y que tiene una cantidad moderada de alcohol que sirve para animar la mente y enriquecer los sentidos, y el aguardiente, que es vino destilado y solo tiene alcohol. El papa hizo una analogía entre la humanidad y los mercados, que solo son la destilación de la humanidad, y retó a los líderes a volver a convertir el aguardiente en vino y crear una economía y unos mercados más humanos como elementos fundamentales para poder sortear estas crisis, en cuyo fondo está una crisis de valores. Values es la respuesta de Carney a este reto. Hay esperanza.
Los cambios están creando impactos en todos los componentes del sistema climático: la atmósfera, los océanos, la criosfera y la biosfera y, por tanto, en todas las actividades económicas humanas que dependen y están relacionadas con ellos. Todos estos elementos están actualmente desequilibrados y por eso, como veremos, el término crisis climática es el más adecuado para describir los retos presentes y, sin duda, futuros, que debe enfrentar la humanidad.